Después de estar toda la tarde bebiendo cerveza con mis amigos en el bar volví a casa. Estaba algo mareado y contento, pero no borracho, sabía lo que hacía aunque rozaba ese límite que hay cuando te pasas bebiendo.

Mi mujer estaba durmiendo como siempre, ya que a las 9 de la noche ya está en la cama y mi hija veía la televisión mientras cenaba. Le di las buenas noches y de reojo me fijé que llevaba un camisón nuevo que le marcaba todos los pezones.

Aquello produjo en mi una erección instantánea y cuando volví a mirar a los ojos a mi hija ella se había dado cuenta, pero me hice el tonto y fui al baño para soltar los últimos resquicios de cerveza que me quedaban en el cuerpo.

Mientras orinaba entró mi hija y me dijo: Me voy a lavar los dientes papi ¿te importa?… Le dije que no y cuando me giré, me di cuenta de que ese maldito camisón también le transparentaba la parte del culo, se notaba perfectamente que llevaba puestas unas bragas rojas. Qué casualidad, con lo cachondo que me pone la lencería de color rojo y esa pequeña zorra no podía haberse puesto otra cosa más discreta.

Estaba mal mirarle el culo a mi hija, pero no dejaba de ser una mujer y tiene ya 25 años, así que simplemente disfruté de las vistas hasta que levanté la cabeza y vi cómo ella me estaba mirando por el espejo sonriendo.

En ese momento no supe qué hacer, pero ella empezó a hablar.

– Mira papi, sé que mamá siempre busca una excusa para no acostarse contigo y no me parece bien. Tú eres un hombre muy guapo y seguro que muchas mujeres estarían encantadas de que fueras su marido, no sé si me entiendes…

Si, la entendía perfectamente, aquella zorra insolente estaba diciendo que estaría encantada de tener sexo conmigo y lo peor (o mejor según se mire) es que a mi también me apetecía. Fui todo lo natural que pude y le dije que el hecho de mirarle el culo no era tan extraño, al fin y al cabo tenía un buen trasero y yo no dejaba de ser un hombre.





Mi hija ya no habló más, terminó de enjuagarse la boca y se acercó hacia mi lentamente. Mientras yo sacudía las últimas gotas de pipí de mi polla me dijo: déjalo, yo te la limpio papá. Me dio la vuelta, me bajó completamente los pantalones y empezó a lamer y chupar mi rabo limpiando los resquicios del orín.

Pese a ir bebido juro que jamás he tenido la polla tan dura y creí que me correría en unos segundos, pero el alcohol retardó la eyaculación y conseguí controlarme bastante. Después de darme un buen repaso, me agarró de la polla y sin soltarme me dijo: vamos a mi cuarto papi, mamá duerme y no se entera de nada. Joder, me sentía tonto a su lado, pese a tener mucha más experiencia que ella en el sexo yo parecía un principiante a su lado.

Cuando entramos en su habitación cerró con pestillo y me empujó a su cama de tal forma que me quedé tumbado boca arriba con la verga a punto de reventar. Me ponía nervioso que me mirase con esa cara de loba en celo, pero a la vez me excitaba. Sin más preámbulos se quitó el camisón, se bajó las bragas y se dejó caer encima de mi metiéndose hasta el último milímetro de mi polla.

Empezó a gemir cada vez más fuerte y yo le tapaba la boca con una mano mientras con la otra apretaba una de sus carnosas y duras nalgas. Empezó a botar mi polla cada vez más rápido y sabía que no tardaría mucho en correrme. Ella no tenía intención de parar y todo aquello era una locura, así que justo cuando iba a eyacular la empujé y lo hice fuera. Sin dejar de sonreír me dijo: has sido muy malo papi, yo quería tu leche dentro de mi, pero veamos cómo sabe… Se acercó y con su mano recogió todo el semen con los dedos y se los chupó uno a uno como el que se chupa los dedos mientras como un delicioso pollo.

Sabía que aquello no había terminado y le pregunté: ¿Te has quedado con ganas pequeña puta?, ella asintió y se volvió a repetir la escena. Mi polla se volvió a poner dura tras unos segundos de descanso, pero esta vez ella quiso apurar más. Me agarró el rabo y empezó a frotarlo por su clítoris, que estaba literalmente como una piedra. Se estaba masturbando con mi glande y lo frotaba sin parar, hasta que noté perfectamente cómo tenía un inmenso orgasmo clitoriano que me inundó desde los huevos hasta los muslos de las piernas.

En ese momento cambió su actitud y casi suplicando me dijo: papá, por favor, quiero que me metas tu leche, llevo mucho tiempo pensando en esto y mi novio es incapaz de dejarme embarazada…

¿Me estaba diciendo que la dejase preñada?… Si amigos, quería tener un hijo conmigo y yo jamás le he negado nada a mi hija, pero esto era demasiado. No podía articular palabra, aunque tampoco me dejó porque ella empezó a meterse la punta de mi polla en su coño estrecho. Mientras se la metía me masturbaba, es decir, me hacía una paja pero con la polla dentro de ella. ¿¿¿Dónde coño había aprendido esas cosas???.

Por momentos su pequeño coño iba dilatándose cada vez más y entonces soltó mi verga y volvió a cabalgarme. Empezó a besarme como jamás otra mujer me ha besado y yo la agarraba de sus pechos, unos pechos muy grandes y con una textura que hacía décadas que no sentía. Le dije que estaba otra vez a punto de correrme y susurrándome al oído me dijo: “Sé valiente papá, esta vez no te rajes”.

Aquellas palabras hicieron que sacase al macho que todo hombre lleva dentro y pensé: se acabaron las tonterías, voy a darle a mi hija lo que con tanta insistencia me está pidiendo.

En ese momento la agarré del culo, me levanté y empecé a follármela a pulso como si de una muñeca se tratase. Mi hija pesa apenas 50 kilos pese a estar muy bien proporcionada, así que es manejable al cien por cien. Ella se agarró a mi cuello y a un ritmo bestial me la follé de pie, pero esta vez con una firme convicción: no sacar mi polla de ella hasta que no la vaciase por completo.

A mi hija le daba ya igual todo y a mi exactamente lo mismo. Ambos empezamos a gemir, suspirar e incluso a gritar, íbamos a alcanzar el orgasmo juntos y queríamos disfrutarlo con todas sus consecuencias. Llegó el momento y cara a cara mirándonos como dos locos, mi hija y yo nos corrimos juntos con tal intensidad que por momentos tuve hasta miedo de perder el conocimiento.





Ya estaba hecho, no había marcha atrás, así que me tumbé con mi hija en la cama boca arriba y se hizo el silencio entre nosotros. Mi mujer seguía durmiendo y aunque parezca increíble mi hija aún quería más… Respiré y le dije: ¿no tienes suficiente cariño?, a lo que ella me contestó: No papi, lo nuestro tan solo acaba de empezar, descansa unos minutos porque la noche es muy larga…

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